martes, 3 de abril de 2012

Idolatría. El Fetichismo religioso y sus consecuencias



fetiche.
(Del fr. fétiche).
1. m. Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos.
idolatría.
(Del b. lat. idolatrīa, y este del gr. εἰδωλολατρεία).
1. f. Adoración que se da a los ídolos.
2. f. Amor excesivo y vehemente a alguien o algo.

Definiciones según el Diccionario de la Real Academia Española

Dios, en el mundo antiguo, se manifestó al mundo por medio de profetas. Hoy en día, nos habla en Cristo Yahshua. Pero, ayer y hoy, el mensaje es el mismo:

Guardaos, no os olvidéis del pacto de vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que tu Dios te ha prohibido. Porque El Señor tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso.” Dt4:23-24

La idolatría ha estado presente en la vida del ser humano casi desde su origen. La Escritura registra la constante tendencia del hombre a adorar lo creado antes que al Creador. Sin embargo, también registra el constante reclamo de Dios a su pueblo por empeñarse en hacerse “dioses” de piedra, madera...

En cierta forma, es comprensible que el hombre primitivo buscara explicación a los fenómenos naturales y que esto lo llevara a atribuirles cualidades divinas. Por esta razón, Dios levantó hombres en medio de las sociedades extraviadas para que sirvieran de mediadores entre estas y Él. Hombres como Enoc, Noé, Moisés, Daniel, Isaías, Jonás, Juan el Bautista, Pablo... fueron enviados por Dios a sus pueblos y a pueblos extranjeros para predicar su mensaje de arrepentimiento y conversión.

El problema con la idolatría es complejo

El ídolo representa la negación del Dios verdadero y su suplantación con un impostor. En realidad, el ídolo, la figura, no es nada en sí mismo. Pero, al rendirle culto, este se convierte en un anti-Dios. En ese momento, Satanás toma control del creyente. Yahshua lo dice claramente:


Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas.”Jn10:8

Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” Jn8:44


La idolatría también es la máxima expresión de la vanidad. El hombre cree el “seréis como Dios” que le susurra la serpiente, Gn3, y se siente capaz de crear un “dios”. Su consecuencia inmediata es la ruptura con el Creador. La idolatría aleja al hombre del verdadero Dios y esto lo hace entrar en un estado de alienación que altera su capacidad de diferenciar lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo correcto de lo incorrecto.

En la Carta a los Romanos, Pablo explica cómo influye la idolatría en sociedades enteras:

“...porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia...” Rom1:19-31

En Venezuela y América Latina

Es difícil no conectar el texto con la situación en Venezuela y América Latina en general. Nuestros países no están sumidos en la violencia y la corrupción de gratis. Por ejemplo, Venezuela es un país que se confiesa católico. Aunque es difícil conocer el porcentaje real de católicos activos y pasivos, ciertamente representan un sector importante de la población.


De igual forma, la institución católica ejerce una influencia considerable en la cultura de nuestro país. La mayoría de las tradiciones venezolanas tiene origen religioso, aunque no necesariamente católico. Luego de la conquista, las tradiciones negras, indígenas y europeas se fusionaron en un sincretismo religioso que es de todo menos cristiano. Alcoholismo y machismo se manifiestan en buena parte de nuestro folclor, y esto con la bendición de las autoridades eclesiáticas.

La responsabilidad católica

Durante siglos, la institución católica ha sido el blanco principal de las críticas en contra de la idolatría. Los grupos protestantes recurrentemente predican sobre el tema de las imágenes en los lugares de adoración católica, sin percatarse de que el culto a la personalidad del pastor también es idolatría.

Pero, la institución del Vaticano tampoco hace las cosas más fáciles. Sus sacerdotes, congregaciones y órdenes favorecen el culto idolátrico. La figura de María en el catolicismo, por ejemplo, tiene una relevancia exageradamente superior a la registrada en las Escrituras. A juzgar por la devoción de algunos, quien nos redimió y fue crucificado no fue Cristo sino su madre.

Sin embargo, María, como todos los cristianos, cumplió con una misión, una encomienda, nada más. Lo mismo que Pablo, Pedro, Juan, incluso usted y yo. Todos tenemos una encomienda y debemos cumplirla, no por eso seremos dignos de adoración o veneración. Más bien somos “siervos inútiles” porque sólo cumplimos con lo que se nos pide, como dice Lucas 17:10. Toda la gloria y la honra es de Dios, de quien proceden todas la cosas.

El hombre no es nada en sí mismo. Todas las cosas son gracias a Dios. Pablo escribe:

Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Yahshua.” 1Cor3

María en su oración acepta su condición de sierva y nada más. Y como sierva, nunca habría aceptado el culto exacerbado que se le da hoy en día:

Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.” Lc1:47-49

Los santos cristianos

También están los santos cristianos, a los que, últimamente, se les unen una pandilla pagana de diversos orígenes. Pero primero entendamos qué significa el término "santo" para un cristiano.

Acercarse a Dios requiere de sinceridad de corazón y santidad. Ya la Ley judía establecía la norma para una vida piadosa:

Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios.” Lv20:7

El apóstol Pedro lo reitera:

“...como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir...” 1Pe1:15-16

Santo es el título que asume el cristiano cuando recibe a Yahshua en su corazón, esto aplica para todos los vueltos a nacer mediante el bautismo del Espíritu. La nueva vida implica una vida en el amor de Dios, en el servicio al necesitado y la predicación del Evangelio. El culto a cualquiera de los santos no forma parte de la fe cristiana, por cuanto todos somos iguales. El cristiano verdadero entiende que nada depende de la persona misma sino del Señor. Pablo, Pedro, Juan, María... todos los santos de ayer y de ahora entendemos eso. El Cuerpo del que formamos parte, la Iglesia, es el mismo ayer y hoy. Ninguno de sus miembros es mayor que el otro, 1Cor12.

“Yo no soy cristiano, soy católico”

Muchas veces hemos escuchado la frase “yo no soy cristiano, soy católico”. Y es así. El culto de los fieles está basado en una imaginería anti-cristiana sistematizada, en parte, por el Vaticano. Pero una vez corrompida la feligresía, el nombre del ídolo no importa tanto y entonces se filtran otras supuestas deidades como la llamada Santa Bárbara o Changó, María Lionza, la Corte Malandra... demonios disfrazados todos, 2Cor11:14.

Desafortunadamente, el católico promedio en lugar de llegar a ser un santo cristiano, termina siendo un brujo santero, que adorna su cuerpo y su casa con talismanes, figuras de yeso y madera, escapularios, medallitas, velas y de todo lo que le venda el diablo para “protegerse”. Pero resulta que con cada guindalajo se aleja más y más de Dios, y lo que es peor, acumula maldición sobre su vida y las de sus seres queridos.


“La invención de los ídolos fue el principio de la fornicación; su descubrimiento, la corrupción de
la vida. No los hubo al principio ni siempre existirán; por la vanidad de los hombres entraron en el mundo y, por eso, está decidido su rápido fin.
Un padre atribulado por un luto prematuro encarga una imagen del hijo malogrado; al hombre
muerto de ayer, hoy como un dios le venera y transmite a los suyos misterios y ritos. Luego, la impía costumbre, afianzada con el tiempo, se acata como ley. También por decretos de los soberanos recibían culto las estatuas. Unos hombres que, por vivir apartados, no les podían honrar en persona, representaron su lejana figura encargando una imagen, reflejo del rey venerado; así lisonjearían con su celo al ausente como si presente se hallara.
A extender este culto contribuyó la ambición del artista y arrastró incluso a quienes nada del rey
sabían; pues deseoso, sin duda, de complacer al soberano, alteró con su arte la semejanza para que saliese más bella, y la muchedumbre seducida por el encanto de la obra, al que poco antes como hombre honraba, le consideró ya objeto de adoración.
De aquí provino la asechanza que se le tendió a la vida: que, víctimas de la desgracia o del
poder de los soberanos, dieron los hombres a piedras y leños el Nombre incomunicable. Luego, no bastó con errar en el conocimiento de Dios; viviendo además la guerra que esta ignorancia les mueve, ellos a tan graves males les dan el nombre de paz. Con sus ritos infanticidas, sus misterios secretos, sus delirantes orgías de costumbres extravagantes, ni sus vidas ni sus matrimonios conservan ya puros. Uno elimina a otro a traición o le aflige dándole bastardos; por doquiera, en confusión, sangre y muerte, robo y fraude, corrupción, deslealtad, agitación, perjurio, trastorno del bien, olvido de la gratitud, inmundicia en las almas, inversión en los sexos, matrimonios libres, adulterios, libertinaje.
Que es culto de los ídolos sin nombre principio, causa y término de todos los males. Porque o se divierten alocadamente, o manifiestan oráculos falsos, o viven una vida de injusticia, o con toda facilidad perjuran: como los ídolos en que confían no tienen vida, no esperan que del perjurio se les siga algún mal.
Una justa sanción les alcanzará, sin embargo, por doble motivo: por formarse de Dios una idea
falsa al darse a los ídolos y por jurar injustamente contra la verdad con desprecio de toda santidad. Que no es el poder de aquellos en cuyo nombre juran; es la sanción que merece todo el que
peca, la que persigue siempre la transgresión de los inicuos.” Sabiduría13

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